No hubo pelea en el T Mobile, quizás un sparreo exigente para cumplir con el espectáculo, pero de boxeo nada. Y esta vez no lo hubo porque, como sucede a menudo en las peleas de Canelo, el rival se olvida de boxear. Esta vez, tampoco Canelo se esforzó en hacerlo. Si se hubiera esforzado, esta pelea no hubiera pasado del quinto asalto.
Precisamente en el cuarto, Álvarez consiguió conectar a Munguía y lo puso en la lona, en el único momento de calor de la pelea. Precisamente hasta ese instante, Munguía había cumplido con lo que de el se esperaba de su desempeño táctico. Empezó agresivo, insistiendo con el jab arriba y al cuerpo o soltando algunos trallazos de poder desde la segunda distancia. Se llevó el primer episodio y hasta se animó a fajarse en el segundo. También prevaleció en el tercero, ante un Canelo apático, de nulo movimiento, sin dinámica y anunciando sus golpes.
Parecía que sí tendríamos boxeo, pero al cuarto, pareció que Canelo le llamó la atención a Munguía, le puso un golpe duro, lo mandó a la lona, demostró que sin ser un noqueador que asuste, el peso de su mano era demasiado para un rival que viene de divisiones inferiores, pese a su tamaño.

La pelea se ajustó desde el quinto a un libreto inamovible. Canelo esperando, contragolpeando, tomándose descansos y Munguía haciendo su papel. Timorato, sin lanzar combinaciones y aventando golpes de ballet cada vez que Canelo lo esperaba en las cuerdas. Muy lejos del Munguía que aceptó con ganas la pelea de perros con Derevyanchenko y muy cerca, demasiado cerca de toda esa banda de rivales elegidos de Canelo que olvidaron sus propias cualidades a la hora de la pelea y solo se preocuparon en cumplir con el dueño de la fiesta. Al final, también para Jaime Munguía fue su gran día de pago, como lo fue para Jermell Charlo, como lo fue para el GGG de la trilogía, lo fue para Avni Yildirim y la lista se pierde en la distancia.
No ocurrió nada que nadie no esperara. Fue un negocio montado a las prisas, que no tuvo mucha promoción y con el fin de vender la copia china de una guerra mexicana. Hasta faltando una semana no había interés, no despegaba la venta de boletos y menos el PPV. Oscar de la Hoya, increíblemente, fue el gran salvador. Su participación agresiva en a la conferencia de prensa creo aquél necesario desmadre mediático que trajo morbo y mala sangre a la pelea.
Pena que Jaime Munguía no fue parte, el ya tenía un trayecto diseñado y lo respetó hasta el final. Y fin de historia. Ganó Canelo por puntos porque le dio la gana. Debió noquear no más allá del quinto, pero no quiso hacerlo.
Al final lanzó su habitual discurso, vendiendo los nombres y números de su carrera. Le preguntaron por Benavidez y dijo que si le llegan al precio lo enfrenta y seguramente pensando en los organismos que le mantienen los cinturones en su garaje, repitió que se ha ganado el derecho a hacer lo que se le cante. Y esta claro que seguirá en ese camino. Así como vetó a varios periodistas, prohibiéndole la entrada a su show de boxeo, es posible también le haya puesto un veto a su rival, Jaime Munguía. Solo eso explicaría y justificaría su penoso desempeño.